Todos los cuentos by Raymond Carver

Todos los cuentos by Raymond Carver

autor:Raymond Carver [Carver, Raymond]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: 13insurgentes
publicado: 2016-02-18T16:00:00+00:00


EL COMPARTIMIENTO

Myers recorría Francia en vagón de primera clase para visitar a su hijo, que estudiaba en la Universidad de Estrasburgo. Hacía ocho años que no lo veía. No se habían llamado por teléfono durante todo ese tiempo y ni siquiera se habían enviado una postal desde que Myers y la madre del chico se separaron y el muchacho se fue a vivir con ella. Myers siempre había pensado que la perniciosa intromisión del muchacho en sus asuntos personales había precipitado la ruptura final.

La última vez que Myers vio a su hijo, el chico se abalanzó sobre él durante una violenta disputa. La mujer de Myers estaba de pie junto al aparador, rompiendo platos de porcelana, uno tras otro, contra el suelo del comedor. Luego se había dedicado a las tazas.

—Basta ya —dijo Myers.

En ese momento, el muchacho se lanzó contra él. Myers lo esquivó y lo inmovilizó con una llave de cuello mientras el chico lloraba, dándole puñetazos en la espalda y los riñones. Myers lo tenía a raya y se aprovechó a fondo. Lo incrustó contra la pared y amenazó con matarlo. Lo dijo en serio.

—¡Yo te he dado la vida —recordaba haber gritado—, y puedo quitártela!

Pensando ahora en aquella escena horrible, Myers sacudió la cabeza como si le hubiera sucedido a otro. Y así era. Él ya no era el mismo, sencillamente. Ahora vivía solo y apenas se relacionaba con nadie fuera del trabajo. Por la noche escuchaba música clásica y leía libros sobre señuelos para cazar patos.

Encendió un cigarrillo y siguió mirando por la ventanilla, sin prestar atención al hombre que se sentaba en el asiento junto a la puerta y que dormía con el sombrero sobre los ojos. Acababa de amanecer y había niebla sobre los campos verdes que desfilaban ante sus ojos. De vez en cuando Myers veía una granja y sus dependencias, todo ello cercado por una tapia. Pensó que tal vez fuese una buena manera de vivir: en una casa vieja rodeada de muros.

Eran poco más de las seis. Myers no había dormido desde que abordó el tren en Milán, a las once de la noche anterior. Cuando el tren salió de la ciudad italiana, consideró que era una suerte tener el compartimiento para él solo. Dejó la luz encendida y hojeó las guías. Leyó cosas que lamentaba no haber leído antes de visitar los lugares de que hablaban. Descubrió muchas cosas que debería haber visto y hecho. En cierto modo, sentía averiguar datos sobre Italia, ahora que dejaba aquel país después de su primera y, sin duda, última visita.

Guardó las guías en la maleta, colocó el equipaje en el estante superior y se quitó el abrigo para cubrirse con él. Apagó la luz y se quedó a oscuras con los ojos cerrados, deseando que le viniera el sueño.

Al cabo de un rato, que le pareció mucho tiempo, y cuando pensaba que iba a quedarse dormido, el tren empezó a aminorar la marcha. Se detuvo en una estación pequeña, cerca de Basilea. Allí, un hombre de mediana edad con sombrero y traje oscuro entró en el compartimiento.



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